Canción callejera
Amad mi corazón una
hora, pero mis huesos todo un día...
El esqueleto al menos
sonríe, pues tiene un mañana; pero
los corazones de los
jóvenes son ahora el oscuro tesoro
de la Muerte, y el
verano ha quedado solitario.
Consolad a la luz
solitaria y al sol en su tristeza,
venid como la noche,
pues terrible como la verdad
es el sol, y a la luz
muriente muestra sólo el hambre de paz
del esqueleto, bajo
la carne como la rosa estival.
Ven a través de las
tinieblas de la muerte, como viniste
antaño a través del
follaje de la juventud, a través de la
sombra como la puerta
florecida que lleva al Paraíso,
lejos de la calle...
tú, la ciudad aún
por nacer vista por
los desamparados
la noche de los
pobres.
Andáis por los
caminos de la ciudad, donde la sombra amenazante
del Hombre ribeteada
de rojo por el sol como Caín tiene una
forma cambiante:
esbelta como el Esqueleto, agazapada como el Tigre,
con la presteza y la
vieja sabiduría del Simio.
El pulso que late en
el corazón tórnase el martillo que resuena en
el Campo del Alfarero
donde construyen un mundo nuevo con
nuestros Huesos, y
las inmundicias que dejan caer y el clamor
durante el día de las
rapaces que se alimentan de carroña... Pero
tú eres mi noche y mi
sosiego,
la noche santa de la
concepción, del descanso, la oscuridad
consoladora en que
todos los hombres son iguales: el réprobo
y el justo, el rico y
el pobre no son ya naciones separadas,
sino hermanos en la
noche.
Tal fue la canción
que oí: ¡pero los Huesos son mudos!
Quién sabe si el son
era el de la luz muerta que llamaba,
de César haciendo
rodar cuesta arriba la piedra
de su corazón, o la
carga de Atlas despeñándose.
Imagen: Chris Peters,
The Soul Never Sleeps.
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