Mano vacante
La mano del pintor —su mano viva—
no puede ser ligera o minuciosa,
apresar, perseguir, ni puede ociosa,
dibujar sin razón, ni ser activa,
ni sabia, ni brutal, ni pensativa,
ni artesana, ni loca, ni ambiciosa,
ni puede ser sutil ni artificiosa;
la mano del pintor —la decisiva—
ha de ser una mano que se abstiene
—no muda, ni neutral, ni acobardada—,
una mano, vacante, de testigo,
intensa, temblorosa, que se aviene
a quedar extendida, entrecerrada:
una mano desnuda, de mendigo.
Imagen: Ramón Gaya, Cristóbal Hall en el salón de
Cardesse, 1939.
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