Inquieto
Puedo oír en tu voz
que has nacido en un
país
y morirás en otro,
y es donde vives
donde te enterrarán,
y es cuando sueñas
donde naciste,
y la luna no adorna
jamás ambos cielos
la misma noche,
de ahí que creas que
la luna tiene una hermana,
de ahí que sea tu día
rehén de tus noches,
de ahí que no puedas
dormir salvo que olvides,
que no puedas amar
salvo que recuerdes.
Y de ahí que estés dividido:
sí y no.
Quiero morir. Quiero
vivir.
Nunca te vayas.
Déjame solo.
Puedo oír, por lo que
dices,
que tus primeras
palabras debieron de ser madre y padre.
Antes incluso de tu
propio nombre, madre.
Mucho antes de amén,
padre.
Y metes una palabra
en tu zapato izquierdo,
una en el derecho, y
te echas a andar.
Y al acostarte las
cubres
con tu almohada, y
allí van dando pie
a otras palabras:
niñez, destino y salvamento.
Cielos, vino,
retorno.
E incluso dios y
muerte son dos vástagos.
Incluso mundo fue
engendrado, incluso estío
es un descendiente. Y
el manzano. Mira y capta
el completo linaje de
lo vivo
en cada hoja y
decisión
ramificándose,
acurrucado en cada brote firme,
todo junto en la
flor, y de nuevo
en la pulpa, disuelto
en el aroma
del primer bocado y
del último.
Puedo decir, por tu
callar, que has visto
los pétalos inmensos
en su desvanecerse.
Alzando, cuando
vuelan, tu única morada.
Sembrando, en su
caída, sombras a tus pies.
Y que al cerrar los
ojos puedes
oír las viejas
fuentes
de las que proceden,
a la roca y el agua
anunciando incesantes
las leyes del llegar
y del partir.
Traducción de Abraham
Gragera.
Imagen: Rick Deragon,
Night Of Two Moons.
No hay comentarios:
Publicar un comentario