Arte sonora
Como si el mundo fuera una llanura
verde y plana, tendida
bajo de una campana de cristal resonante,
llevar la voz en canto, como flor de sonido,
por las naves del aire, por las torres del heno
y la espada finísima del trigo.
.
Cantar. Pero cantar únicamente
la cima melodiosa
de cada rama, cuando en ella sube
todo el andar del mundo, para darnos
edificio infalible en cada rosa.
Cantar únicamente la belleza del astro
deteniendo en el cielo
la integridad dorada de sus gajos.
Y no llevar la voz más adelante,
al tiempo en que los vientos
y el amor ya desnudan
el coro de fragancia
y el firmamento gira
hacia la joya rota de un menguante.
Ni promesa ni muerte
dentro de la canción. Que el canto sea
jubilosa y presente criatura,
inocente y redondo como piedra
que el agua ha modelado con su música
más para ser como fingida perla
debajo del cristal, que daga oscura.
Pero cantar. Cantar.
El llanto es una puerta de cristal desgarrado.
Mas el que canta tiene la amistad de las nubes
y anda bajo la bóveda derramada del bosque
si llueve o si serena.
El río no divide sus ondas, que antes une
sus menudos cristales bajo el pie de quien canta.
Él puede andar desnudo,
que su canción lo viste
de belleza solar y casto escudo.
Pues todo aquel que canta
el hijo vuelve a ser que tiene herencia
de la más dulce vid, laurel y agua.
A su paso la arena se convierte
a una fe de verdor hospitalario,
los perros juegan y las lluvias sueltan
encima de las hojas su teclado.
Y al ir con su canción es como un árbol
doblando el dulce fruto de su sombra
y suspendiendo música en sus ramas.
Quien canta siempre siente cómo un ángel
está invicto naciendo en su garganta.
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