Los unos altísimos,
los otros menores,
con su eterno verdor
y frescura,
que inspira a las
almas
agrestes canciones,
mientras gime al
chocar con las aguas
la brisa marina de
aromas salobres,
van en ondas subiendo
hacia el cielo
los pinos del monte.
De la altura la bruma
desciende
y envuelve las copas
perfumadas, sonoras y
altivas
de aquellos gigantes
que el Castro
coronan;
brilla en tanto a sus
pies el arroyo
que alumbra risueña
la luz de la aurora,
y los cuervos sacuden
sus alas,
lanzando graznidos
y huyendo la sombra.
El viajero, rendido y
cansado,
que ve del camino la
línea escabrosa
que aún le resta que
andar, anhelara,
deteniéndose al pie
de la loma,
de repente quedar
convertido
en pájaro o fuente,
en árbol o en roca.
Imagen: Carlos
Alberto Osorio Monsalve, Caminante, 2013.
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