Nacimiento de
Cristo, en que se discurrió la abeja
De la más
fragante rosa
nació la abeja
más bella,
a quien el
limpio rocío
dio purísima
materia.
Nace, pues, y
apenas nace,
cuando en la
misma moneda,
lo que en perlas
recibió
empieza a pagar
en perlas.
Que llora el
alba, no es mucho
que es costumbre
en su belleza;
mas ¿quién hay
que no se admire
de que el sol
lágrimas vierta?
Si es por
secundar la rosa,
es ociosa
diligencia,
pues no es
menester rocío
después de nacer
la abeja.
Y más cuando en
la clausura
de su virginal
pureza
ni antecedente
haber pudo,
ni puede haber
quien suceda,
¿Pues a que fin
es el llanto,
que dulcemente
riega?
quien no puede
dar más fruto
¿qué importa que
estéril sea?
Mas ¡ay!, que la
abeja tiene
tan íntima
dependencia
siempre con la
rosa, que
depende su vida
de ella;
Pues dándole
néctar puro,
que sus
fragancias engendran,
no sólo antes le
concibe
Pero después le
alimenta.
Hijo y madre, en
tan divinas
peregrinas
competencias,
ninguno queda
deudor,
y ambos
obligados quedan.
La abeja paga el
rocío
de que la rosa
la engendra,
y ella vuelve a
retornarle con
lo mismo que la
engendra.
Ayudando el uno
al otro
con mutua
correspondencia,
la abeja a la
flor fecunda,
Y ella a la
abeja sustenta.
Pues si por eso
es el llanto,
llore Jesús,
norabuena,
que lo que
expende en rocío
cobrará después
en néctar.
Imagen: Anónimo,
La adoración de los Reyes Magos, entre 1740 y 1760.
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