Lo recuerdo: todos pasaban corriendo
por el pasillo del metro, a la izquierda,
a la derecha,
empujando, apremiados, y ya como
engullidos por su sombra. Corrían
unos contra otros, con las mismas caras,
con la misma noche, y cada uno era la
noche del otro
y todos, como los pájaros fulminados
que la tormenta arrastra
hacia la roa de los bosques muertos, todos
como uno solo se hundían en sí mismos
en ese granero atestado de escombros
y de muertos donde reina y triunfa
el gran espejo blanco de los ciegos.
Imagen: James Ensor, Entrada de Cristo en
Bruselas (detalle), 1888.
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