Yo no sé desear
más que la vida,
porque entre las
victorias de la muerte
nunca tendrás la
grande de tenerte
como una de las
suyas merecida
y porque más que
a venda y más que a herida
está mi carne
viva con quererte,
e igual mi
corazón que un peso inerte,
halla su
gravedad en tu medida.
¡Qué temblor no
tenerlo en ningún lado,
ni en el pecho,
la vena o la palabra,
y a lo mejor en
valle, fuente o roca!
¡Corazón
prisionero y emigrado,
que con cada
latido el hierro labra,
y que convierte
en sueño cuanto toca!
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