El sonido del silencio
Qué tal oscuridad, mi vieja amiga,
he venido a hablar contigo otra vez,
porque una visión reptando suavemente
dejó sus semillas mientras yo dormía,
y la visión que se plantó en mi cerebro
permanece aún en el sonido del silencio.
En sueños inquietos caminé solo,
por calles angostas y empedradas.
Bajo el halo de una luz de la calle
me subí el cuello por el frío y la humedad,
cuando mis ojos fueron acuchillados por el flash del neón
que cortó la noche, y tocó el sonido del silencio.
Y en la luz desnuda vi
diez mil personas, tal vez más,
gente que hablaba sin hablar,
gente que oía sin escuchar,
gente escribiendo canciones que las voces jamás compartirán,
Y nadie se atreve a perturbar el sonido del silencio.
“¡Idiotas!”, dije, “No saben
que el silencio crece como un cáncer.
Escuchen mis palabras que tal vez les enseñen,
tomen mis brazos que tal vez los alcancen”.
Pero mis palabras cayeron como silenciosas gotas de
lluvia
haciendo eco en las fuentes del silencio.
Y la gente se inclinó para rezar
al Dios de neón que había creado,
y el letrero hizo brillar su advertencia
en las palabras que lo formaban.
Y el letrero decía:
“Las palabras
de los profetas están escritas en las
habitaciones y en las paredes del metro”,
y murmuró en el sonido del silencio.
Traducción de Claudia Aguirre Walls y Juan Villoro.
Imagen: Dan Flavin, Neones.
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