Para Arthur Davidson Ficke
Y tú también debes
morir, amado polvo,
y de nada te servirá
toda tu belleza;
esta mano inmaculada
y vital, esta cabeza perfecta,
este cuerpo de fuego
y acero, ante el vendaval
de la muerte, o bajo
su helada otoñal,
será como una hoja, estará
no menos muerta
que la primera hoja
que cayó...,esta maravilla desapareció,
alterada ,enajenada, desintegrada,
perdida.
Tampoco mi amor te
servirá cuando llegue tu hora.
Pese a todo mi amor, te
levantarás
por encima de ese día
y vagarás por el aire
a tientas, como la
flor desatendida,
y no importará cuán
hermoso hayas sido,
ni cuán querido por
encima de todo lo demás que muere.
Traducción de Beatriz
López-Buisán.
Imagen:
François-Xavier Fabre, La Mort d’Abel, 1791.
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