Agosto, Santa Rosa
Una lluvia de un día
puede no acabar nunca,
puede en gotas,
en hojas de amarilla
tristeza
irnos cambiando el
cielo todo, el aire,
en torva inundación
la luz,
triste, en silencio y
negra,
como un mirlo mojado.
Deshecha piel,
deshecho cuerpo de agua
destrozándose en
torre y pararrayos,
me sobreviene, se me
viene sobre
mi altura tantas
veces,
mojándome, mugiendo,
compartiendo
mi ropa y mis
zapatos,
también mi sola
lágrima tan salida de madre.
Miro la tarde de hora
en hora,
miro de buscarle la
cara
con tierna
proposición de acento,
miro de perderle
pavor,
pero me da la espalda
puesta ya a anochecer.
Miro todo tan malo,
tan acérrimo y hosco.
¡Qué fácil
desalmarse,
ser con muy buenos
modos de piedra,
quedar sola, gritando
como un árbol,
por cada rama
temporal,
muriéndome de agosto!
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