martes, 22 de abril de 2014

LI-YOUNG LEE







Inquieto

Puedo oír en tu voz
que has nacido en un país
y morirás en otro,

y es donde vives donde te enterrarán,
y es cuando sueñas donde naciste,

y la luna no adorna jamás ambos cielos
la misma noche,

de ahí que creas que la luna tiene una hermana,
de ahí que sea tu día rehén de tus noches,

de ahí que no puedas dormir salvo que olvides,
que no puedas amar salvo que recuerdes.

Y de ahí que estés dividido: sí y no.
Quiero morir. Quiero vivir.
Nunca te vayas. Déjame solo.

Puedo oír, por lo que dices,
que tus primeras palabras debieron de ser madre y padre.

Antes incluso de tu propio nombre, madre.
Mucho antes de amén, padre.

Y metes una palabra en tu zapato izquierdo,
una en el derecho, y te echas a andar.

Y al acostarte las cubres
con tu almohada, y allí van dando pie
a otras palabras: niñez, destino y salvamento.
Cielos, vino, retorno.

E incluso dios y muerte son dos vástagos.
Incluso mundo fue engendrado, incluso estío
es un descendiente. Y el manzano. Mira y capta

el completo linaje de lo vivo
en cada hoja y decisión
ramificándose, acurrucado en cada brote firme,

todo junto en la flor, y de nuevo
en la pulpa, disuelto en el aroma
del primer bocado y del último.

Puedo decir, por tu callar, que has visto
los pétalos inmensos en su desvanecerse.

Alzando, cuando vuelan, tu única morada.
Sembrando, en su caída, sombras a tus pies.

Y que al cerrar los ojos puedes
oír las viejas fuentes
de las que proceden,

a la roca y el agua anunciando incesantes
las leyes del llegar y del partir.




Traducción de Abraham Gragera.

Imagen: Rick Deragon, Night Of Two Moons.



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