Pastor que con tus
silbos amorosos
me despertaste del
profundo sueño,
Tú que hiciste cayado
de ese leño,
en que tiendes los
brazos poderosos,
vuelve los ojos a mi
fe piadosos,
pues te confieso por
mi amor y dueño,
y la palabra de
seguirte empeño,
tus dulces silbos y
tus pies hermosos.
Oye, pastor, pues por
amores mueres,
no te espante el
rigor de mis pecados,
pues tan amigo de
rendidos eres.
Espera, pues, y
escucha mis cuidados,
pero ¿cómo te digo
que me esperes,
si estás para esperar
los pies clavados?
Imagen: Salvador
Dalí, Cristo de San Juan de la Cruz, 1951.
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