Candente está la
atmósfera;
explora el zorro la
desierta vía;
insalubre se torna
del limpio arroyo el
agua cristalina,
y el pino aguarda
inmóvil
los besos
inconstantes de la brisa.
Imponente silencio
agobia la campiña;
sólo el zumbido del
insecto se oye
en las extensas y
húmedas umbrías,
monótono y constante
como el sordo
estertor de la agonía.
Bien pudiera
llamarse, en el estío,
la hora del mediodía,
noche en que al
hombre, de luchar cansado,
más que nunca le
irritan
de la materia la
imponente fuerza
y del alma las ansias
infinitas.
Volved, ¡oh, noches
del invierno frío,
nuestras viejas
amantes de otros días!
Tornad con vuestros
hielos y crudezas
a refrescar la sangre
enardecida
por el estío
insoportable y triste...
¡Triste... lleno de
pámpanos y espigas!
Frío y calor, otoño o
primavera,
¿dónde..., dónde se
encuentra la alegría?
Hermosas son las
estaciones todas
para el mortal que en
sí guarda la dicha;
mas para el alma
desolada y huérfana
no hay estación
risueña ni propicia.
Imagen: Manuel Sosa,
Avena loca, 1996
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