Muerte en el
agua
.
No fue su rostro
ni ningún
otro rostro lo
que Narciso vio
en el agua. Fue
la ausencia
de rostros. Fue
la profunda claridad
de ese lago azul
al que iba
regresando, y
que iba regresando
a él mientras él
se acercaba, avanzando
hacía allí
octubre tras octubre
y cada tarde,
yéndose de ese
verano sin salida al mar,
de los brazos de
su propia voz,
yéndose de sus
palabras.
Fue su ojo, me
podrías decir,
lo que vio allí,
o
la resonancia de
su color.
Mejor aún, di
que fue
lo que intentaba
oír -el murmullo
apagado de una
luz en el agua, no
el estrépito
entre las rocas.
Lo mismo Li Po.
Como nosotros -aunque
por el amor a
escuchar
nuestras voces,
y el miedo a escuchar
lo que decimos
en las voces de otros que vuelven
de la tierra,
hablamos al mismo tiempo que escuchamos y miramos
hacia abajo,
hacia los grandes lagos de aire azul viniendo hacia nosotros y decimos
que no hacen
ruido, y que no
tienen rostros,
y que cada uno
tiene los ojos
de otro.
Traducción de
Marta del Pozo y Aníbal Cristobo.
Imagen:
Caravaggio, Narciso, 1597-1599.
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