miércoles, 8 de octubre de 2014

ROBERT BRINGHURST








Muerte en el agua


.
No fue su rostro ni ningún
otro rostro lo que Narciso vio
en el agua. Fue la ausencia
de rostros. Fue la profunda claridad
de ese lago azul al que iba
regresando, y que iba regresando
a él mientras él se acercaba, avanzando
hacía allí octubre tras octubre
y cada tarde,
yéndose de ese verano sin salida al mar,
de los brazos de su propia voz,
yéndose de sus palabras.

Fue su ojo, me podrías decir,
lo que vio allí, o
la resonancia de su color.
Mejor aún, di que fue
lo que intentaba oír -el murmullo
apagado de una luz en el agua, no
el estrépito entre las rocas.

Lo mismo Li Po. Como nosotros -aunque
por el amor a escuchar
nuestras voces, y el miedo a escuchar
lo que decimos en las voces de otros que vuelven
de la tierra, hablamos al mismo tiempo que escuchamos y miramos
hacia abajo, hacia los grandes lagos de aire azul viniendo hacia nosotros y decimos
que no hacen ruido, y que no
tienen rostros, y que cada uno
tiene los ojos de otro.




Traducción de Marta del Pozo y Aníbal Cristobo.


Imagen: Caravaggio, Narciso, 1597-1599.



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