Preludio para
desnudar a una mujer
Que esté, de
preferencia, muy vestida.
Por eso es
importante que las medias
sigan cada
contorno de sus muslos: que disfruten
la pericia, el
estilo del tornero
que supo darles
curva de manzana,
maduración de
fruto al punto de caída.
Goza de la tela
perfumada
encima de los
jabones y los ríos.
Acaríciala
encima: su vestido
es la piel que
ha elegido para darte.
Primero las
caderas:
es la estación
donde mejor preparas
el viaje y sus
sorpresas. Cierra los ojos,
ya has pasado el
estrecho peligroso
que los manuales
llaman la cintura
y tus manos se
cierran en los pechos:
cómo saben
mirar, las ciegas sabias,
el encaje
barroco de la cárcel
que apenas
aprisiona dos venados
encendidos al
ritmo de la sangre.
Si los broches y
el tiempo lo permiten,
anula esa
defensa: mientras miras sus ojos
deslízale el
sostén. Y si protesta
es tiempo de
estrecharla.
Acércala a tu
boca y en su oído
dile de las
palabras que son mutuas.
En un ritmo
creciente, pero lento,
trabaja con los
cierres, las hebillas,
los bastiones
postreros de la plaza.
Aléjate y
admírala: es un fruto
que pronto será
parte de tu cuerpo
y tu sed de
morderla es tan urgente
como la del
fruto que anhela ser comido.
Has esperado
mucho
y tienes derecho
a la violencia.
Deja que la
batalla continúe
y que el amor
condene a quien claudique.
Imagen: Jack
Vettriano, Game on.
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