domingo, 28 de diciembre de 2014

MERCEDES SANDOVAL REVERTE









Todavía imaginas que evito tu presencia,
pero sigo tus pasos en un andar sin rumbo,
persiguiendo una sombra que nada entre los días,
ocultando tu rostro a la lumbre de mi alma.
Y no piensas siquiera que esta tardanza tuya
marchita el corazón que mis manos te ofrecen.
Si por mí preguntaran, quisiera que me hallasen
de continuo a tu lado, cuando extiende la luna
su sombrío secreto y cuando lo imposible
se hace más imposible.
                                       ¿Me creerás si digo
que ahora las palabras se agolpan en mis labios?:
Destino, rosaleda, navío, muerte, llama,
placer, contento, risa, cuánto dolor, tristeza,
ángeles que dibujan caminos en enero,
sirenas en los mares del cielo que anhelamos…

¿Son palabras, son lágrimas de aquellos que no lloran?




Imagen: Leonid Tishkov, Private moon.






DAVID LÓPEZ GARCÍA








Los imbéciles de antaño




Hay palabras inútiles, vacías,
pongamos, verbigracia, alma, pues dicen
que es algo que no existe, por lo tanto
el hombre ha estado haciendo el majadero
a lo largo de siglos y más siglos
(no deseo decir que sea ahora
mucho menos cretino que antes fuese).

Pongamos un ejemplo que conoces:
Escrito está en mi alma vuestro gesto
(¡anda, sin respetar la sinalefa!),
que es igual a decir que vuestro rostro
fue escrito en el vacío, en plena nada.
¡Cuánto tiempo perdido, Garcilaso!




sábado, 27 de diciembre de 2014

EMILY DICKINSON








¿Puedo mirar cuando el poniente
se tiña de rojo? ¿Puedo?
Las montañas tienen entonces
un aire que estremece el corazón.

Tú no eres tan hermosa, Medianoche.
Yo elegí el Día,
pero acoge, por favor, a una Niña
a la que él rechazó.



Traducción de Enrique Goicolea.


Imagen: Toni Grote, Harvest light, 2009.



CHARLES SIMIC








Paraíso



En un barrio antes llamado “La cocina del infierno”,
donde un mendigo aseguraba haber tocado la lira de Nerón
mientras la ciudad ardía en el calor del verano;
donde una peluquera que se hacía llamar Cleopatra
empuñaba las tijeras del hado sobre mi cabeza
amenazando con cortarme las orejas y la nariz;
donde un hombre y una mujer paseaban desnudos
al atardecer por una de las más oscuras calles laterales.
Debo de estar soñando, me dije.
Era como encontrar una pareja de esfinges.
Esperaba que tuviesen alas, cuerpo de león;
él con el pecho tatuado estrafalariamente,
ella con sus enormes tetas balanceándose.
Ocurrió todo tan rápido, y fue hace tanto tiempo...
¿Sabes ese instante justo antes de que amanezca
en el que nada desearías más que acostarte entre sábanas frías
en una habitación con las persianas bajadas?
La hora en la que los hermosos suicidas
que yacen uno junto al otro en el depósito
se levantan y salen para ver la primera luz.
Las cortinas de los hoteles baratos vuelan a través de las ventanas
como gaviotas, pero todo lo demás está tranquilo...
El vapor asciende por las rendijas del metro...
Los cuerpos resplandecen de sudor... 
La locura, sí, pero podrías decir igualmente: el Paraíso.



Traducción de Martín López-Vega.


Imagen: Richard Tuschman, Hopper Meditations.