Paraíso
En un barrio antes llamado
“La cocina del infierno”,
donde un mendigo aseguraba
haber tocado la lira de Nerón
mientras la ciudad ardía en
el calor del verano;
donde una peluquera que se
hacía llamar Cleopatra
empuñaba las tijeras del
hado sobre mi cabeza
amenazando con cortarme las
orejas y la nariz;
donde un hombre y una mujer
paseaban desnudos
al atardecer por una de las
más oscuras calles laterales.
Debo de estar soñando, me
dije.
Era como encontrar una
pareja de esfinges.
Esperaba que tuviesen alas,
cuerpo de león;
él con el pecho tatuado
estrafalariamente,
ella con sus enormes tetas
balanceándose.
Ocurrió todo tan rápido, y
fue hace tanto tiempo...
¿Sabes ese instante justo
antes de que amanezca
en el que nada desearías más
que acostarte entre sábanas frías
en una habitación con las
persianas bajadas?
La hora en la que los
hermosos suicidas
que yacen uno junto al otro
en el depósito
se levantan y salen para ver
la primera luz.
Las cortinas de los hoteles
baratos vuelan a través de las ventanas
como gaviotas, pero todo lo
demás está tranquilo...
El vapor asciende por las
rendijas del metro...
Los cuerpos resplandecen de
sudor...
La locura, sí, pero podrías decir igualmente: el Paraíso.
Traducción de Martín
López-Vega.
Imagen: Richard Tuschman, Hopper Meditations.
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