martes, 14 de mayo de 2013
DAVID LÓPEZ GARCÍA
Ícaro
Imagínate que Ícaro cayese
justo en mitad del patio al mediodía
cuando el sol, una hoguera deslumbrante,
calcina sin piedad las alas frágiles
de los que se levantan a la altura
en busca de un tesoro luminoso.
(El grito, las heridas y los ayes,
ramas del limonero desgajadas,
plumas ensangrentadas por el suelo,
torpe ave que abandona pronto el nido,
ángel caído, sueño derribado,
ansia de plenitud venida abajo.)
Ten alma diligente y compasiva,
provéete de cremas hidratantes,
abundante agua fría siempre a mano,
bálsamos que restañen las heridas.
Ten listos refacción que reconforte
y un blando y fresco lecho para el sueño.
Porque cuando nosotros deseemos
huir del laberinto en que vivimos
en busca de la luz que se nos niega
y caigamos, las alas abrasadas,
también hallemos manos amorosas
que nos presten atentas el consuelo.
Imagen: J. P. Gowi, La caída de Ícaro.
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