Bajo el cielo
lluvioso ahogado de sucias brumas,
ante el pálido
océano, sentado en un islote,
solo, lejos de todo,
pienso en el clamor de las olas,
en el concierto
aullante de las murientes ráfagas.
Crinera desmelenada
como la de las yeguas,
las olas,
retorciéndose, llegan al galope
y se desploman a mis
pies con largos sollozos
que la tormenta se
lleva en su brutal aliento.
Por todas partes el
cielo gris, la niebla y el mar.
Solo la locura del
viento que barre el aire.
Ajeno al tiempo, sin
ningún ser, solitario, taciturno,
yo permanezco aquí,
perdido en el horizonte lejano,
y pienso que el
Espacio carece de límites, de límites,
y que el Tiempo no
tendrá nunca... nunca fin.
Traducción de Manuel
Álvarez Ortega.
Imagen: Ivan
Aivazovsky e Ilya Repin, El adiós de Pushkin al mar.
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