Ocaso
Era un suspiro
lánguido y sonoro
la voz del mar
aquella tarde... El día,
no queriendo morir,
con garras de oro
de los acantilados se
prendía.
Pero su seno el mar
alzó potente,
y el sol, al fin,
como en soberbio lecho,
hundió en las olas la
dorada frente,
en una brasa cárdena
deshecho.
Para mi pobre cuerpo
dolorido,
para mi triste alma
lacerada,
para mi yerto corazón
herido,
para mi amarga vida
fatigada...
¡el mar amado, el mar
apetecido,
el mar, el mar, y no
pensar nada...!
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