Dicen que unos reyes
que han muerto pisaron este sendero
que conduce al banco
de piedra en donde nos gusta sentarnos,
cuando sobre la
soledad se derrama la paz de la tarde
y nuestros corazones
están llenos de mudos cantos, como salterios.
Desde esta roca se
ve, bajo la fanfarria de la conquista,
erizarse de pronto la
llanura de espigas de hierro,
multitudes venidas de
los veranos y los inviernos
a rodar como un rojo
río hacia la gran ciudad en fiesta.
Pero ni la cabalgata
llena de sol bajo los estandartes,
ni el dulce resonar
de los tambores en la primavera,
ni el alarido de los
clarines enhiestos como corolas de oro,
valen este silencio
donde nuestro cansancio se duerme
y la caricia de las
sombras que entremezclan los vientos
y esta oración, el
minuto eterno de nuestro beso.
Traducción de Manuel
Álvarez Ortega.
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