viernes, 19 de septiembre de 2014

ENRIQUETA OCHOA








Eternidad



Yo sé que estaba entonces cuando nada existía…
Estaba allí, en las sombras de un valle solitario
donde aún no fluía la música del agua.
Mi desnudez se alzaba sobre el vago paisaje
como un grito de auxilio en el mortal vacío.
Fueron mis senos las primeras flores,
y mi vientre la almohada de la vida;
nacieron de mis ojos las estrellas
y mi mano encendió la viva antorcha
de la continuidad. Bestias y plantas
latían a la vez en mis arterias.
Avanzaba insegura entre las sombras
y a mi paso las tierras florecían….

¡Ya ves si es vieja el alma que te busca!
¡Qué corte de milenios la acompaña!
Presencié la erupción de los volcanes,
el duro nacimiento de los montes;
vi marchitarse inmensos vegetales
que ya no conocieron los humanos.
Y hundida en las tinieblas inauditas,
escuché los aullidos de los monstruos
que mataban la luz a cuchilladas.

Heme aquí, tan antigua como el mundo,
con este amor nacido de mi frente,
con esta enorme sed que no he saciado.
No me exijas virginidad alguna.
Allá, en aquel silencio pavoroso,
la Vida me violó bárbaramente…
Manchada estoy por la humedad del musgo,
por la tierra y el fuego y la lascivia
milagrosa del aire. Si me quieres,
tómame fecundada por los sueños,
preñada por la gracia de los siglos.




Imagen: Andor Novak, Femme fatale.




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