El que vive es un
viajero en tránsito,
el que muere es un
hombre que vuelve a su morada.
Un trayecto muy breve
entre el cielo y la tierra,
¡Ahimé!, y ya no
somos más
que el viejo polvo de
los diez mil siglos.
El conejo en la luna
busca en vano
el elixir de la vida.
Fu Sang, el árbol de
la inmortalidad, se ha desmoronado
en un montón de leña.
El hombre muere; sus
blancos huesos enmudecen
cuando los verdes
pinos sienten el retorno de la primavera.
Miro hacia atrás y
suspiro; miro hacia delante y suspiro.
¿Hay algo sólido en
la vaporosa gloria de la vida?
Traducción de Marcela
de Juan.
Imagen: Caspar David
Friedrich, Tageszeitenzyklus: Der Morgen, 1821-1822.
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