De la vida de los
santos
Dice a todos que
Cristo lo visita
sobre las cuatro y
media cada martes
y hablan sobre lo
humano y lo divino.
La verdad es que es
Jesús el que mantiene
la charla; él sólo
escucha, mas no entiende
lo que dice, es igual
que si mirase
una boba película
extranjera.
A veces sus palabras
suenan como
un concierto de rock
sobre las nubes,
como la voz del mar
en un escollo
o igual que si la
nieve suspirara;
a veces como el
hálito de mayo
rozando la epidermis
de las hojas:
“¿Es el amor
renuncia, corazón
abierto, caminante
que retorna
de Emaús con el
rostro iluminado?
Casi siempre el amor
no es generoso:
no troca las arenas
en jardines
ni sintetiza el mundo
en un versículo;
ahora se derrumban
las murallas,
otras veces se
pierden los sembrados
o la lava desciende
caudalosa…”
Quisiera hablar y
nada se le ocurre.
No hay nada que decir
y se adormece,
se sumerge en la nada
más oscura,
entre la misma nada
del principio
cuando Dios incubaba
como un ave
sin cuentos que
contar a las criaturas.
Cuando despierta
Cristo se ha marchado;
la taza de café que
preparara
aún humea intacta,
rebosante.
“No le haré más
café”. Luego se dice:
“Resulta un gasto
inútil, sin sentido”.
Ilustración: Mark Kazav,
Heart, coffee, cup.
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