La higuera
(Apunte para una oda anacreóntica)
No sé si era
nostalgia.
El amor y el
recuerdo
estaban
confundidos en mi ser.
Entrelazados
quedarán en la memoria
como un sueño
que resplandece,
y el corazón
seguirá ignorando
el origen de
tanta clemencia.
¡Crepitante
laxitud
que enalteces mi
desfallecimiento,
mi mísera
condición terrenal!
Bajo tu sombra
morada
descansé un día,
venturoso,
y en el olor
caliente de tu existencia
me anegué de
desesperación
porque el sol
ácido
ponía un cerco
de mortalidad
al amoroso
refugio.
Cabellos tan
frescos como los pámpanos
entre cuyo
follaje tentador
crece el higo,
más triste que la soledad;
dulce y caliente
es la clara miel
de su boca,
y entre sus
labios maduros
busca el poeta
el sabor de lo irremediable.
¡Ah, las alas de
oro,
los listados
cuerpecillos de las abejas,
cuyos besos de
fuego se cumplen
y en cuyo amor
se apaga
el centelleo de
la divinidad!
Si mis versos os
siguen con admiración
y aspiran a
eternizar este recuerdo
del ser a quien
amo,
es que mis alas
son las palabras,
y sin ellas
caigo desvanecido en un torpe sueño.
Imagen: J.
Quintanilla, Higuera.
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