Las muertes
He aquí unos muertos cuyos huesos no blanqueará la
lluvia,
lápidas donde nunca ha resonado el golpe tormentoso de la
piel del lagarto,
inscripciones que nadie recorrerá encendiendo la luz de
alguna lágrima;
arena sin pisadas en todas las memorias.
Son los muertos sin flores.
No nos legaron cartas, ni alianzas, ni retratos.
Ningún trofeo heroico atestigua la gloria o el oprobio.
Sus vidas se cumplieron sin honor en la tierra,
mas su destino fue fulmíneo como un tajo;
porque no conocieron ni el sueño ni la paz en los
infames lechos
vendidos por la dicha,
porque sólo acataron una ley más ardiente que la ávida gota
de salmuera.
Esa y no cualquier otra.
Esa y ninguna otra.
Por eso es que sus
muertes son los exasperados rostros de nuestra vida.
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