De cera son las alas
cuyo vuelo
gobierna incautamente
el albedrío,
y llevadas del propio
desvarío
con vana presunción
suben al cielo.
No tiene ya el
castigo, ni el recelo
fuera eficaz, ni sé
de qué me fío,
si prometido tiene el
hado mío
hombre a la mar como
escarmiento al suelo.
Mas si a la pena,
amor, el gusto igualas,
con aquel nunca visto
atrevimiento
que basta a acreditar
lo más perdido,
derrita el sol las
atrevidas alas,
que no podrá quitar
el pensamiento
la gloria, con caer,
de haber subido.
Imagen: William Blake
Richmond, Icarus, 1887.
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