Un templo
Dejar la tierra era mi deseo, y no hubo voluntad
que me detuviera.
Temprano, antes de que el sol llenara los caminos
con carros
llevando gente a las bodas y los asesinatos;
antes de que los hombres dejaran su sueño, para vagar
en la oscuridad del mundo como bestias fustigadas.
No llevé carga. No tenía caballo, ni bastón, ni rifle.
Había caminado un poco, cuando algo me llamó
diciendo:
“Pon tu mano en la mía. Juntos buscaremos a Dios”.
Y yo le contesté:
“Es tu padre quien se ha perdido, no el mío”.
Entonces el cielo se cubrió de lágrimas de sangre,
y cantaron las serpientes.
Traducción de Alberto Blanco.
Imagen: Stephen
Koek-Koek, Caminante.
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