Después que no
descubren su lucero
mis ojos
lagrimosos noche y día,
llevado del
error, sin vela y guía,
navego por un
mar amargo y fiero.
El deseo, la
ausencia, el carnicero
recelo, y de la
ciega fantasía
las olas más
furiosas a porfía
me llegan al
peligro postrimero.
Aquí una voz me
dice: cobre aliento,
señora, con la
fe que me habéis dado
y en mil y mil
maneras repetido.
Mas, ¿cuánto
desto allá llevado ha el viento?,
respondo: y a
las olas entregado,
el puerto
desespero, el hondo pido.
Imagen: Jan
Brueghel, Cristo en la tempestad del mar de Galilea, 1596.
No hay comentarios:
Publicar un comentario