El poeta reflexiona
de mi mente hacia la malsana oscuridad
exterior, donde las cosas
pasan y el Señor no está en ninguna de ellas. R.S.Thomas
Al fin me descubro a
mí misma: una mujer reflejada
en el retrato del
vidrio de una ventana, inclinada
sobre su trabajo en
un círculo de luz, desarmada, luchando
por dejar algo perdurable
en el umbral
de su desaparición.
Detrás de ella,
las escaleras se
desdibujan hacia la oscuridad
y el largo pasillo se
desvanece
en la sombra. Hay una
canasta de corteza de abedul
amontonada en lo alto
junto a piedras del lago y desechos; dos
palomas de mármol en
un manto, sus alas
desplegadas en un
anticipo de vuelo; y la piel
de un animal
imposible de nombrar,
arrancada, tal cual
es, del placer
demandante del
cuerpo, de la felicidad que nos da
nuestra forma
reconocible. La noche entera se apoya
contra la ventana, y
el lago distante
es olvidado, hasta
que lejos, en el agua, las luces
aparecen: barcos
cargados con taconita camino a
Detroit o Windsor,
Ontario. Y delante de ella,
detrás de la puerta
blanca de la página, la oscuridad
de la mente antes de
pensarse viva.
¿Y cuánto tiempo
lleva a esos barcos navegar
de una costa a otra,
abrumados
por la evidencia de
una oscuridad anterior, más profunda aún
que aquella a través
de la que navegan? Lo suficiente,
lo suficiente.
Traducción de Silvia
Camerotto.
Imagen: Edvard Munch,
Night in St. Cloud, 1890.
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