A veces el amor tiene
caricias
frías, como navajas
de barbero.
Cierras los ojos. Das
tu cuello entero
a un peligroso filo
de delicias.
Otras veces se clava
como aguja
irisada de sedas en
el raso
del bastidor: raso
del lento ocaso
donde un cisne precoz
se somorguja.
En general, adopta
una manera
belicosa, de horcas y
cuchillos,
de lanza en ristre o
de falcón en mano.
Pero es lo más
frecuente que te hiera
con ojos tan serenos
y sencillos
como un arroyo fresco
en el verano.
Imagen: Diego
Velázquez, La costurera ,1649.
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