A veces hago un viaje
Ciego pie de
tiniebla, vacilante,
avanza en el desierto
de mi pecho.
Seguramente es el
infierno.
Aquí dentro,
convulso,
desbordando metales
por mis ojos abiertos,
levantando mareas de
veneno,
girando mariposas de
cal y de ceniza;
frías caricias lentas
estrellando mis huesos.
No sé si será el
grito anudado al origen
que ha crecido
gigante y le ha trascendido,
no sé si aquella niña
en asombro que llevo
o una fotografía de
lo que nunca he sido.
El ángel de la
ausencia preside la agonía.
Tal vez sean los
árboles que viven en mi sangre
o colores inéditos,
o voces que no
quieren apagarse conmigo.
Si hubiera luz,
ascendería.
Mano de sombra danza
por mi frente
más allá de la sed y
del sueño.
Me protege un paisaje
de pájaros inmóviles.
Si supiera tu
nombre... ¡te llamaría silencio!
Cruzan desnudos ríos
inconcretos,
pasos de arena fina,
sal quebrada.
Me protege una cifra
solitaria y geométrica.
Si mirara tu
rostro... ¡te llamaría distancia!
Seguramente esto es
el infierno:
en muda dimensión
desconocida
una sombra cayendo en
pozo negro.
Si pudiera decir
palabra limpia
de amor o de miseria,
de olvido o de recuerdo.
Si pudiera sentir
sobre mis párpados
mirada pura, voz
indudable, firme transparencia,
sobre mi sien
amarga...
¡Qué ala tendería!
Y pronunciar tu
nombre impronunciable,
circundar tu inasible
firmamento.
Imagen desolada del
abismo,
sólo soy una forma
sin espejo.
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