Hierba aquí o allá
Todo depende de que
uno esté muerto
preguntando por la
hierba que nace encima
como por un nuevo
cuerpo más ligero,
acunado por el
viento,
-que trae y lleva la
simiente-.
Hierba en el monte o
en las calles de la ciudad
-aquí podían ser los
pies de los vagabundos
que uno soñara
desnudos una mañana de madrugada-.
Cuanto va desde la
memoria a la hierba
por donde pensativas
alas térreas
calladamente te
recomienzan. ¡Oh abril,
tú libre de gusanos y
huesos
de los oídos por donde
estabas unido
a aquellos otros
pasajeros de traje nuevo!
Cuando llueve aprendo
a beber agua.
Por una boca que no
tuve, blanquecinos
hilos que sorben en
la tierra y crecen:
fueron precisos nubes
y sol y una azada
-en tanto te vacías
olvidas los cantos alegres
del verano y el mirlo
el pan, el fuego y
esa dulce sonrisa
que todos tuvimos una
vez posada en el pecho-.
Todo depende de que
uno esté muerto
y quiera volver al
valle y a la noche
limosna de hombre,
prado comunal
donde blancas ovejas
dirigidas por una anciana
pacen continuamente
sin levantar la cabeza
sin darse cuenta de
dónde viene la hierba
que muelen y remuelen
los dientes apretados.
Sin darse cuenta de
la resurrección de la carne de Álvaro Cunqueiro,
un nuevo cuerpo
limpio que soñaba con el viento,
-orilla de un río,
quizá,
o en un alto-.
Traducción de Vicente
Araguas y César Antonio Molina.
Imagen: Alberto
Durero, Hierbas, 1503.
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