Elegía
Ahora, padre mío,
no me llevas contigo a los frutales
de la humilde heredad, ni me señalas
el fruto arrebolado
como fuego incipiente entre las hojas
de los verdes haldares de los árboles.
Mayo llega vestido de albarillos
y moradas ciruelas. Y está el níspero,
agridulce, llenándonos la boca
de una blanda saliva estimulante.
Barroco y bien vestido está el paisaje
rumoreante de abejas y de avispas
a las puertas de junio, el deseado.
Y llega la canícula y nos dora
levemente el paisaje; pronto, octubre
acortará los días, y mis ojos
han de buscar las ácidos manzanas,
los ásperos membrillos y los dátiles,
estas tardes de otoño, cuando llega
de nuestro mar un aire húmedo y denso
con promesas de lluvias deseadas.
Con los mínimos días de noviembre
vendrán los leves pájaros del frío
buscando la tibieza de los huertos.
¿Somos sólo nosotros diferentes
por la memoria, que nos hace tristes,
y ante el tiempo que pone en nuestra sangre
una gota de muerte para siempre,
como puso en la tuya, padre mío?
Imagen: José María Almela Costa, Crisantemos, 1921.
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