jueves, 16 de enero de 2014

ARCHIBALD LAMPMAN



 
 
Nieve

Blancas son las lejanas llanuras, y blancos

se vuelven los bosques que se difuminan;
el viento se extingue camino de la cumbre
y la nieve, todavía más densa,
se amontona en árboles y tejados
y cae de forma apenas audible.

El camino ante mí se alisa
y se llena rápidamente,
los cercados disminuyen, y las colinas
se van difuminando poco a poco.
Los árboles desnudos parecen espectros
en el cielo gris pálido

Los prados y arroyos bien cubiertos
permanecen quietos y sin sonido.
Como un benévolo ministro de sueños
la nevada me envuelve con su manto.
En madera y agua, tierra y aire,
silencio por todas partes.

Salvo cuando en aislados intervalos
el trineo de algún agricultor, animado
con patines chirriantes y campanas agudas,
se desliza a mi lado y se va
Oh el vacío de la tierra estéril,
un sonido remoto y claro.

El ladrido de un perro, o la llamada
al ganado, brusca y penetrante,
proveniente de algún establo del camino
o corral muy lejano.

De nuevo vuelve el silencio y la nieve cae
asentándose blanda y cadenciosa.
El crepúsculo se acentúa,
y tierra y cielo se funden en el gris,
el mundo parece cubierto, lejano.

Sus ruidos duermen, y yo,
tan en secreto como aquel arroyo sepultado,
callado, ando trabajosamente y sueño.
 
Imagen: Andrei Milnikov, Meeting in Petrovskoye, 1970.
 
 

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