Blancas son las lejanas llanuras, y blancos se vuelven los bosques que se difuminan; el viento se extingue camino de la
cumbre y la nieve, todavía más densa, se amontona en árboles y tejados y cae de forma apenas audible.
El camino ante mí se alisa y se llena rápidamente, los cercados disminuyen, y las colinas se van difuminando poco a poco. Los árboles desnudos parecen espectros en el cielo gris pálido
Los prados y arroyos bien cubiertos permanecen quietos y sin sonido. Como un benévolo ministro de sueños la nevada me envuelve con su manto. En madera y agua, tierra y aire, silencio por todas partes.
Salvo cuando en aislados intervalos el trineo de algún agricultor, animado con patines chirriantes y campanas
agudas, se desliza a mi lado y se va Oh el vacío de la tierra estéril, un sonido remoto y claro.
El ladrido de un perro, o la llamada al ganado, brusca y penetrante, proveniente de algún establo del camino o corral muy lejano.
De nuevo vuelve el silencio y la nieve
cae asentándose blanda y cadenciosa. El crepúsculo se acentúa, y tierra y cielo se funden en el gris, el mundo parece cubierto, lejano.
Sus ruidos duermen, y yo, tan en secreto como aquel arroyo
sepultado, callado, ando trabajosamente y sueño.
Imagen: Andrei Milnikov, Meeting in Petrovskoye, 1970.
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