La oración del ateo
Oye mi ruego Tú, Dios
que no existes,
y en tu nada recoge
estas mis quejas,
Tú que a los pobres
hombres nunca dejas
sin consuelo de
engaño. No resistes
a nuestro ruego y
nuestro anhelo vistes.
Cuando Tú de mi mente
más te alejas,
más recuerdo las
plácidas consejas
con que mi ama
endulzóme noches tristes.
¡Qué grande eres, mi
Dios! Eres tan grande
que no eres sino
Idea; es muy angosta
la realidad por mucho
que se expande
para abarcarte. Sufro
yo a tu costa,
Dios no existente,
pues si tú existieras
existiría yo también
de veras.
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