A ti, rosal, nevado
por la cima
de hielo ligerísimo,
a ti, que en el rigor
abres tu rosa
póstuma, desplegada
sobre tu vago verde,
y que la agitas
como una carta del
verano ausente.
A ti, esbeltez intrépida, que subes
para estallar de tu
mudez de espinas
hasta tu coro de
dispersa nieve,
para mecer y para
orear tu viaje,
en ésa tu paloma de
alas quietas,
bajel de suavidad,
vuelo de espumas.
Para ti, que contigo la trajiste,
que la sacaste de la
tierra oscura
como si nos subieras
un diamante.
Para ti, que una
noche la tuviste
en soledad, como se
tiene un sueño,
y luego, bajo el sol,
su puerta abriste
igual que desatando
una celeste voz en
tus espinas,
lo mismo que si
anclaras
una pequeña nube en
tus orillas.
Para ti, tesorero de
la nieve,
silencioso arquitecto
de la espuma,
este poema de este
triste día.
Es que hablándote así, del frágil tallo
hundido y doloroso de
mi voz,
desde mi noche que
olvidó su estrella,
desde mi soledad,
desde mi enero
y su granizo y sus
perdidas aves,
me parece, loándote
en la gloria
tardía y denodada en
que terminas,
que, como tú, levanto
yo una rosa.
Imagen: Georgia O’Keeffe. White Rose, New Mexico. 1930.
Imagen: Georgia O’Keeffe. White Rose, New Mexico. 1930.
No hay comentarios:
Publicar un comentario