Matar al dragón
Ha llegado la hora de matar
al dragón,
de acabar para siempre con
el monstruo
de las fauces terribles y
los ojos de fuego.
Hay que matar a este dragón
y a todos
los que a su alrededor se
reproducen.
Al dragón de la culpa y al
dragón del espanto,
al del remordimiento
estéril, al del odio,
al que devora siempre la
esperanza,
al del miedo, al del frío,
al de la angustia.
Hay que matar también al que
nos tiene
aplastados de bruces contra
el suelo,
inmóviles, cobardes, desarraigados,
rotos.
Que la sangre de todos
inunde cada parte de esta
casa
hasta que nos alcance la
cintura.
Y cuando ese montón de
monstruos sea
sólo un montón de vísceras y
ojos
abiertos al vacío, al fin
podremos
trepar y encaramarnos sobre
ellos,
llegar a las ventanas,
abrirlas o romperlas,
dejar que entren la luz, la
lluvia, el viento
y todo lo que estaba
retenido
detrás de los cristales.
Imagen: Edward Burne-Jones,
Perseus (detalle), 1888.
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