Yo fui un explorador polar
Yo fui un explorador polar
cuando era joven
y me pasé incontables días
con sus noches congelándome
en un lugar vacío tras de
otro. Finalmente,
abandoné mis viajes y me
quedé en mi casa,
y allí creció dentro de mi un
repentino exceso de deseo,
como si una corriente muy
brillante de luz, como ésas que se ven
adentro de un diamante, me
estuviera atravesando.
Llené una página tras otra
con imágenes de lo que había presenciado:
océanos gimientes de
témpanos, glaciares gigantescos, y el blanco
golpeado por el viento de
los icebergs. Después, sin nada más para decir, paré
y puse mi atención en lo que
estaba ahí cerca. Casi a una misma vez,
un hombre que vestía un
sobretodo oscuro y sombrero de ala ancha
apareció debajo de los
árboles enfrente de mi casa.
La forma en que miraba hacia
delante, y cómo se paraba,
sin distribuir su peso, con
los brazos colgándole
a un costado, me dieron la
impresión de que lo conocía.
Pero tan pronto levanté la
mano para hacerle un saludo,
dio un paso atrás y luego se
dio vuelta, y empezó a desvanecerse
como se desvanece el ansia
hasta que ya no queda nada de ella.
Traducción de Ezequiel
Zaidemwerg.
Imagen: Francois August
Biard, Islas de Tombeaux. Efectos de la aurora boreal, 1841.
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