El suicidio
Para Rubén Tamez Garza
Pienso en la fecha de mi
suicidio
y creo que fue en el vientre
de mi madre;
aún así, hubo días en que
Dios me caía
igual que gota clara entre
las manos.
Porque yo estuve loca por
Dios,
anduve trastornada por él,
arrojando el anzuelo de mi
lengua
para alcanzar su oído.
Su fragancia penetraba en mi
piel
palabras que no alcanzo a
entender,
que no voy a entenderlas,
quizá...
Aprendí muy tarde a conocer
varón,
lo sentí dilatarse con toda
su soledad
dentro de mí.
Fue una jugada turbia,
un error sin caminos.
Fue descender al núcleo
fugaz de la mentira
y encontrarme, al despertar,
rodando en el vacío
bajo una sábana de espanto.
Fue lavarle la boca a un
niño
con un puño de brasas
por llamar natural lo
prohibido;
por arrastrar con cara de
mujer madura,
ese carro de sol inútil: la
inocencia.
Fue arrancarte las uñas de
raíz,
arrastrarte,
meterte en la oquedad de la
miseria, a bofetadas
por el ojo hecho llama
sombría, del demonio.
Imagen: Antoine-Jean Gros,
Sapho en Leucade, 1801.
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