Es poco decir que no vivimos
en la luz, que cada paso
es una caída de Ícaro, y no hay día,
no hay ruido, no hay paso
que no nos erijan en propietarios
de nada –los dioses mismos perdieron la
herencia
del viento y ahora sus voces dan vueltas
en redondo
mientras el cielo se abre las venas
en los cuatro horizontes de la habitación
y las hojas se inclinan
para recibir, con el oro y la mirra,
el
incienso azul que sube de la tierra.
Imagen: Carlo
Saraceni, Caída de Ícaro (detalle)
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