viernes, 11 de octubre de 2013

WALLACE STEVENS



Soliloquio final del amante interior



Enciende la primera luz del atardecer, como en un cuarto
en el que descansamos, y, por nada, pensamos

que el mundo imaginado es el bien esencial.
Es éste, por lo tanto, el más intenso encuentro.
Ésta es la idea en que nos recogemos,
lejos de indiferencias, en una sola cosa:

Una única cosa, un solo manto
que nos envuelve bien, pues somos pobres, un calor,
una luz, un poder, el milagroso influjo.

Ahora, aquí, nos olvidamos el uno al otro y de nosotros mismos.
Sentimos la oscuridad de un orden, una totalidad,
un conocer, el que arregló el encuentro,

dentro de sus fronteras vitales, en la mente.
Decimos: Dios y la imaginación son uno…
Qué alto alumbra lo oscuro esa vela tan alta.

Y de esta misma luz, de esta mente central,
hacemos nuestra casa en el aire nocturno,
donde estar allí juntos los dos es suficiente.




Traducción de Andrés Sánchez Robayna.

Imagen: René Magritte, Los amantes, 1928.

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