Una vez más, Señor,
me condenas perdiéndome
las gafas; una vez
más me pones en trance
de maldición y
pecado. Por favor, devuélvemelas.
No es, Señor, que me
las pierdas, es que me las escondes
y me dejas sin ver. ¿Es
que nos quieres ciegos? ¿Que no veamos
el horror que nos
rodea, tantas cosas terribles
como hay que ver cada
día? ¿Es una muestra de tu misericordia
dejarnos sin ver? ¿Por
qué no te llevas
la mirada, esa ave?
De todo nos priva nuestra
desesperación de
ciegos, hasta de ese olor
del jazmín
vespertino, de la escapada de puntillas
de la tarde, de
aquellos que tú bien sabes
su nombre, porque tú
eres su invención,
tú le pusiste nombre,
amor,
y aquí ando las
veinticuatro horas del morir de cada día
sin ver, hasta donde
lleguen los hastas,
hasta que un toque en
el hombro y una voz diga:
«No busques más lo
que tienes delante».
Imagen: Georges de La
Tour, San Jerónimo leyendo una carta.
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