Ahora sé que yo nada poseo,
ni siquiera el oro de las hojas
pudriéndose,
aún menos los días yéndose al futuro
batiendo alas hacia una feliz patria.
Huye con ellos la ajada emigrante,
la belleza débil, con artilugios,
vestida de bruma. Quizá se haya ido
por esos bosques de lluvia. Como antes
vuelvo al umbral de un invierno irreal
en que canta el pardillo terco, y llama
sin parar, cual la hiedra. ¿Quién dirá
su sentido? Veo mi salud vuelta
como este fuego breve ante la niebla
que
aviva y borra un viento frío. Es tarde.
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