A un esqueleto de
muchacha
En esta frente, Dios,
en esta frente
hubo un clamor de
carne rumorosa
y aquí, en esta
oquedad, se abrió la rosa
de una fugaz mejilla
adolescente.
Aquí el pecho sutil
dio su naciente
gracia de flor
incierta y venturosa,
y aquí surgió la
mano, deliciosa
primicia de este
brazo inexistente.
Aquí el cuello de
garza sostenía
la alada soledad de
la cabeza,
y aquí el cabello
undoso se vertía.
Y aquí, en redonda y
cálida pereza,
el cauce de la pierna
se extendía
para hallar por el
pie la ligereza.
Imagen: Tomás
Mondragón, Alegoría de la muerte. Este es el espejo que no te
engaña, 1856.
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