Inventario de lugares
propicios al amor
Son pocos.
La primavera está muy
prestigiada, pero
es mejor el verano.
Y también esas
grietas que el otoño
forma al interceder
con los domingos
en algunas ciudades
ya de por sí
amarillas como plátanos.
El invierno elimina
muchos sitios:
quicios de puertas
orientadas al norte,
orillas de los ríos,
bancos públicos.
Los contrafuertes
exteriores
de las viejas iglesias
dejan a veces huecos
utilizables aunque
caiga nieve.
Pero desengañémonos:
las bajas
temperaturas y los
vientos húmedos
lo dificultan todo.
Las ordenanzas,
además, proscriben
la caricia (con
exenciones
para determinadas
zonas epidérmicas
-sin interés alguno-
en niños, perros y
otros animales)
y el «no tocar,
peligro de ignominia»
puede leerse en miles
de miradas.
¿A dónde huir,
entonces?
Por todas partes ojos
bizcos,
córneas torturadas,
implacables pupilas,
retinas reticentes,
vigilan, desconfían,
amenazan.
Queda quizá el
recurso de andar solo,
de vaciar el alma de
ternura
y llenarla de hastío
e indiferencia,
en este tiempo
hostil, propicio al odio.
Imagen: Carlo Carra, A
Pine by the Sea, 1921.
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