¿Duermes?
¿Duermes, alma mía?
¿Te has acostado ya?
Llueve y estoy solo y
aburrido.
No quise molestarte.
Te había visto
leyendo a la luz de la lámpara
y no me di cuenta
cuándo cerraste la
ventana
que da hacia el
jardín,
abigarrada de sombras
y luces.
Golpeé suavemente en
los cristales,
volví a golpear más
fuerte
y luego entré en tu
habitación.
¡Qué pulcritud y
disciplina!
El libro estaba
abierto por una página blanca.
¿Qué leías en un
libro sin palabras?
La cama estaba en
orden.
La sábana reciente,
la almohada fresca.
¿A dónde te habías
ido?
¿Por dónde caminas
solitaria en la noche?
El calzado también es
nuevo
y aquí no hay nada
que limpiar.
Usas una camisa de
piedra
y ciñe tu cintura una
soga de plata.
No tienes sudor,
ni polvo, ni saliva.
Un alfiler se clava
en mi corazón vencido.
¿Acaso eres un médico
sin remordimientos,
tal vez un clavo del
Crucificado
o una espina de su
corona?
¡Dame la salud, alma
mía!
¡Ven a casa, alma
mía!
¡Tráeme hierbas
curativas, alma mía!
Traducción de Darie
Novaceanu.
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