lunes, 12 de agosto de 2013

TUDOR ARGHEZI





¿Duermes?

¿Duermes, alma mía? ¿Te has acostado ya?
Llueve y estoy solo y aburrido.
No quise molestarte.
Te había visto leyendo a la luz de la lámpara
y no me di cuenta
cuándo cerraste la ventana
que da hacia el jardín,
abigarrada de sombras y luces.

Golpeé suavemente en los cristales,
volví a golpear más fuerte
y luego entré en tu habitación.
¡Qué pulcritud y disciplina!
El libro estaba abierto por una página blanca.
¿Qué leías en un libro sin palabras?

La cama estaba en orden.
La sábana reciente, la almohada fresca.
¿A dónde te habías ido?
¿Por dónde caminas solitaria en la noche?
El calzado también es nuevo
y aquí no hay nada que limpiar.
Usas una camisa de piedra
y ciñe tu cintura una soga de plata.
No tienes sudor,
ni polvo, ni saliva.

Un alfiler se clava en  mi corazón vencido.
¿Acaso eres un médico sin remordimientos,
tal vez un clavo del Crucificado
o una espina de su corona?
¡Dame la salud, alma mía!
¡Ven a casa, alma mía!
¡Tráeme hierbas curativas, alma mía!

Traducción de Darie Novaceanu.

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