Poema
Han caído ya tantos
en este abismo
¡abierto en
lontananza!
y yo me borraré un
día sin rimas
de la tierra, es
verdad.
Se congelará lo que
fue —lo que canta
que lucha, brilla y
quiere:
y el verde de mis
ojos y delicada voz
y dorados cabellos.
La vida estará allí,
su pan, su sal,
olvidadas jornadas.
Y todo pasará como si
bajo el cielo
¡yo no hubiera
existido!
Yo que cambiaba, como
un niño, su rostro
—malvado por
momentos—
amaba la hora en que
el leño se enciende
que cenizas se
vuelve,
y el violonchelo y
las cabalgatas
y campanas tañendo...
—yo viviente,
verdadera
sobre la tierna
tierra.
A todos —¿qué
importa? yo no escatimo nada,
vosotros: ¡¿sois míos
y extranjeros?!—
os pido confianza
plena
os ruego que me
améis.
Día y noche, la voz o
la escritura:
por mis “sí” y mis
“no”, azotadura
del hecho tan común
—estoy muy triste,
de no tener sino
veinte años,
Del hecho del perdón
inevitable
de ofensas ya pasadas,
por toda mi ternura
incontenible
y mi orgulloso
rostro,
y la veloz locura de
los tiempos,
mi juego, mi
verdad...
—¡Escuchadme! —tenéis
que amarme más
ya que yo moriré.
Traducción de Lorenza Fernández del Valle.
Imagen: David López
García, Agosto, 2008.
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